Gustave Le Bon nació un 7 de mayo de 1841 en Nogent-le-Retrou y murió el 15
de diciembre de 1931 en París. Fue médico, etnólogo, psicólogo y sociólogo habiendo
estudiado la carrera de Medicina, en la que se doctoró en 1876.
Después de doctorarse de médico se dedicó primero a los problemas de la higiene
y luego emprendió numerosos viajes por Europa, África del Norte y Asia. La ampliación
de su horizonte intelectual lograda a través de estas experiencias lo llevó
a dedicarse intensivamente a la antropología y a la arqueología, actividades
éstas que, a su vez, despertaron en él un interés cada vez mayor por las ciencias
naturales en general y por la psicología en particular.
En su obra Les lois psychologiques de l'évolution des peuples (Las
leyes psicológicas de la evolución de los pueblos – 1894) desarrolla la tesis
que la Historia es, en una medida sustancial, el producto del carácter racial
o nacional de un pueblo, siendo la fuerza motriz de la evolución social más
la emoción que la razón.
Si bien no deja de percibir y afirmar que el verdadero progreso
ha sido siempre y en última instancia fruto de la obra de minorías operantes
y élites intelectuales, tampoco niega los hechos – de observación directa ya
en su época – que apuntan a una cada vez mayor importancia e influencia de las
masas. En su La psychologie des foules (La psicología de las masas) que
data de 1895 – y que es, seguramente, su obra más conocida – establece y describe
los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres
estableciendo las reglas fundamentales de este comportamiento: pérdida temporal
de la personalidad individual conciente del individuo, su suplantación por la
“mente colectiva” de la masa, acciones y reacciones dominadas por la unanimidad,
la emocionalidad y la irracionalidad.
Lo notorio en este trabajo es que, si bien las investigaciones
sobre el comportamiento colectivo han, naturalmente, continuado desde que Le
Bon escribiera su obra más conocida, la verdad es que relativamente poco se
ha agregado de verdaderamente importante a la tesis original. La psicología
de las masas tiene, así, aún hoy, después de más de cien años de haber sido
escrita, una vigencia y una actualidad sorprendentes.
Con todo, hay algunos aspectos que el lector de nuestro tiempo
debería tener presente puesto que, aún a pesar de la notable aplicabilidad de
las ideas y conceptos de Le Bon a muchas de nuestras cuestiones actuales, cien
años no han pasado en vano y, obviamente, existen algunas precisiones que resulta
necesario hacer.
En primer lugar, convendría quizás aclarar los conceptos “civilización”
y “cultura” y el significado que estos términos tienen dentro del contexto
de la cultura francesa clásica. Para gran parte del pensamiento actual el término
“cultura” es muchas veces entendido como un concepto genérico que incluye
una “civilización” definida, a su vez, más bien en términos tecnológicos
y económicos. Para el pensamiento francés clásico, “civilización” es
el marco orgánico general dentro del cual la “cultura” es una manifestación
de las facultades mentales y espirituales del ser humano. Demás está decir que
Le Bon utiliza el término “civilización” más bien en este último sentido.
El otro concepto, sumamente controversial, que Le Bon emplea con frecuencia
es el de la raza. Notará el lector que en el texto aparecen varias veces expresiones
tales como “raza latina”, “raza anglosajona” y, en ocasiones,
hasta “raza francesa”. Esto, probablemente, llevará a varios lectores
actuales a recordar aquella ingeniosa frase de Paul Broca quien al respecto
solía comentar: ”La raza latina no existe por la misma razón por la cual
tampoco existe un diccionario braquicéfalo”.
Evidentemente, el adjudicar a fenómenos etnobiológicos criterios
de clasificación que provienen de categorías linguísticas no parece ser ni aconsejable
ni defendible. Sin embargo, no deberíamos olvidar varias cosas. Por de pronto,
que hacia fines del Siglo XIX la palabra “raza” no expresaba exactamente lo
mismo que hoy entendemos por ella. No se tenían aún los conocimientos sobre
la genética que hoy poseemos, no se sabía absolutamente nada del ADN y su estructura
molecular, y muchos mecanismos de la herencia se suponían bastante más de lo
que se conocían.
Por el otro lado – y quizás esto sea lo más importante – Le
Bon precisó bastante bien en otros trabajos su particular posición frente al
concepto y no debería ser olvidado que a lo largo de La psicología de las
masas el término de “raza” se refiere a lo que en otra parte denominó como
“razas históricas”. Traduciendo de algún modo la terminología del Siglo XIX,
hoy hablaríamos de etnoculturas, o bien – en el caso de intervenir en el concepto
el ingrediente de una organización sociopolítica – de pueblos etnoculturalmente
diferenciados.
Otro aspecto que quizás llame la atención del lector actual
es la posición que Le Bon adopta frente a la cuestión educativa. El sistema
educativo francés – al cual, de la mano de Taine, se le da bastante extensión
en esta obra – es ya, en buena medida, una cuestión superada. Sin embargo, la
crítica al saber casi exclusivamente obtenido de libros de texto sigue siendo
fundamentalmente válida, aún cuando ya no esté de moda la memorización mecánica
de estos textos. A pesar de que los oficios actuales exigen una preparación
mental y teórica más intensiva que la que requería un obrero de fábrica o un
empleado de oficina hacia fines del Siglo XIX, la discrepancia entre teoría
y realidad, o abstracción y práctica, sigue siendo enorme en nuestros sistemas
educativos presentes.
En muchos sentidos La psicología de las masas es una
obra precursora en su tema. Ya hemos indicado que, a pesar de varios e importantes
trabajos de investigación posteriores, no deja de llamar la atención lo relativamente
poco que se ha avanzado en este terreno. Pero lo original y adelantado del pensamiento
de Le Bon no se limita a este campo específico.
Llama la atención, por ejemplo, la importancia fundamental que ya en 1895 Le
Bon otorgaba al inconsciente. Para tener una idea de lo que estamos indicando,
acaso convenga recordar que 1895 es exactamente el mismo año en que Freud recién
comenzaba a hacerse conocer publicando, en colaboración con Breuer, su Studien
über Hysterie (Estudios sobre la Histeria). Tal como, con mucha precisión
lo indica H. J. Eysenck: “Los apólogos de Freud lo presentan como si éste
hubiera sido el primero en penetrar en los negros abismos del inconsciente (...)
Desgraciadamente, nada está más lejos de los hechos. Como ha demostrado Whyte
en su libro «El Inconsciente antes de Freud», éste tuvo centenares de predecesores
que postularon la existencia de una mente inconsciente, y escribieron sobre
ello con abundancia de detalles”.
Bien mirado, cuando Freud llegó
a ocuparse del tema de la psicología de las masas bastante más tarde, no hizo
más que expandir la tesis básica de Le Bon, agregándole precisiones y detalles
que, si bien pueden resultar útiles, no alteran en absoluto el fondo de la cuestión.
Otra idea precursora interesante es la que Le Bon expone,
hacia el final de esta obra, respecto de la curiosa propiedad que parecen tener
las civilizaciones en cuanto a pasar por determinados estadios, cumpliendo ciclos
sorprendentemente semejantes, al menos en apariencia. Es una idea que Le Bon
expresa aquí cuando Spengler tenía exactamente quince años ...
Y, por último, tampoco estará nunca de más detenerse a analizar
la opinión que hombres como Le Bon tenían de acontecimientos considerandos insignes
para nuestro sistema sociopolítico actual. Revisar, desde la óptica de estas
opiniones, acontecimientos tales como la Revolución Francesa, el papel de Napoleón
en la Historia de Francia, la guerra franco-prusiana, las posibilidades reales
que ya se percibían en el socialismo dogmático emergente por aquella época,
el papel de las masas y de las ideas democráticas, y toda una serie de cuestiones
que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido actualidad, seguramente ayudará
a comprender también la problemática de nuestros tiempos.
Y todo lo que contribuya a comprender lo que nos sucede, a
entrever lo que posiblemente nos puede llegar a suceder y a brindarnos ideas
útiles sobre lo que podríamos hacer al respecto, debería ser bienvenido por
todos los que aún cultivan la cada vez más rara costumbre de la honestidad intelectual.
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